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El metal putrefacto de Obituary es una marca registrada de una era en que las cosas se movían por impulso. De una época en que los discos sonaban con personalidad y los ladridos guturales de verdad salían desde las vísceras. De los tiempos en que un Slowly We Rot (1989) y un Cause of Death (1990) llegaban a abrumar por la gordura intimidante de sus riffs y la espeluznante voz de John Tardy, un tipo que vomita relatos de sufrimiento y desastre desde su ser más profundo. Un resumen de ‘lo peor de lo peor’ de la humanidad, llevado a un nivel de brutalidad que no se defiende en la pirotecnia ni la clínica, sino en la necesidad y el instinto de supervivencia en un mundo que se descompone como la carne humana post-mortem.

Con todo un catálogo discográfico a disposición en cualquier época -siendo su placa homónima (2017) lo más reciente-, la convocatoria para los amantes del Death Metal salido desde la tripa era de esperarse. La relación con Chile ya va por los 15 años, desde su debut en el mítico Chile Metal Fest (2007, junto a los también legendarios Sadus) e incluyendo su acto como arranque de la edición inaugural del ahora retornado Metal Fest (2012). Y tras la vez anterior en el Teatro Mundo Mágico (2017), ahora correspondía al Teatro Cariola el lugar de epicentro para la paliza sónica del 1er día de octubre de un 2022 que vino con todo a nivel de música en vivo.

Con la nueva visita de los de Florida, la armada chilena tuvo algo que decir, y bastante. Empezando por los históricos Homicide, nombre de peso en el estilo a nivel local, con una carrera de tres décadas y una serie de seis LPs de alta factura, siendo Tyranvs (2021) su último lanzamiento, y de los más laureados. Por ende, no solo hablamos del puntapié inicial, sino de una metralla implacable, una muestra de jerarquía y recursos en favor de lo que realmente importa.

Con Jano Ruiz al frente, Homicide en vivo expone todas sus ideas de lo que es y debe ser el Death Metal. Una simbiosis de brutalidad y ejecución, complementada por el buen gusto con que la música se atreve a explorar terrenos más ligados al dominio técnico. Para el extenso recorrido desde sus inicios en 1988 -cuando empezó como una banda de quinceañeros inspirados por la movida extrema que se tomaba por asalto el mundo-, un ejemplo a seguir cuando hay una causa artística en la cual creer. Homicide lo hace sentir en el directo con su jerarquía asesina, sin nada más que apelar a la bestialidad de la música hasta la médula.

Si bien está demás presentarlos de manera meticulosa, no se puede desconocer lo que significa Dorso cuando hablamos de metal chileno. Y más aún en estos días de repaso histórico, sobre todo con El Espanto Surge de la Tumba como obra protagonista en sus directos recientes. Y anoche en el Cariola no sería la excepción. por lo que su presencia en el cartel se justificó de manera inmediata, siempre a la altura de su brillante -y demencial- carrera.

Una a una, y con apenas su cuota de espacio para los saludos y tallas del Pera al público, salieron a matar ‘Deadly Pajarraco’, ‘Ultraputrefactus Criatura’, ‘El Espanto…’, ‘Extraterrestre Gore Caníbal Invasión’ y ‘Vampire Of The Night’, todas un plato del gusto para quienes alucinamos hasta lo enfermizo con el terror carnaza del ’93. Y es precisamente lo que hace de Dorso una institución tan querida como revolucionaria por esencia; donde algunos podrían ver ‘nostalgia’ o ‘éxito a la segura’, en realidad es la celebración de un hito de la música chilena, donde la imagen y la metáfora forjan una personalidad única en todo aspecto.

Si bien Dorso funciona como un todo, el repaso de El Espanto… nos permite apreciar el tremendo dominio de Álvaro Soms en sus solos. Recordemos que Soms debutó con Dorso en dicho álbum, y sus habilidades como instrumentista y compositor, reúne una gama ilimitada, desde Jeff hanneman hasta Brian May. No hay límites y, a la vez, hay una firma reconocible. Como todo lo que es Dorso, tanto para iniciados como novatos.

Rematando casi 50′ de presentación, y reflejando el aire vieja escuela que se respiraba en el recinto de calle San Diego, hubo su espacio para el recordado debut Bajo La Luna Cámbrica. Primero con la travesía sonora de ‘Cíclope’ -un viaje de locura con que Pera Cuadra rinde honores a sus adorados Génesis- y poniendo el broche con la infaltable ‘Hidra’. El desmadre grindcore de una presentación gloriosa, con el espanto propagándose como un virus salido de la morgue, con lauchas-zombie y chanchos con pistola desatando el caos en estado gore.

Puntual y clavado a las 21 horas, el martilleo de la instrumental ‘Redneck Stomp’ genera el terremoto con que Obituary impone su autoridad sin contrapeso alguno. Y basta con la aparición de John Tardy para que ‘Sentence Day’ prenda fuego al lugar, con el público armando el moshpit con la misma voracidad de la música. Seguida de ‘A Lesson In Vengeance’, ambas representantes del álbum homónimo, y desplegando una cátedra de salvajada desde la tripa. Lo que es son Obituary, como pioneros y jamás como producto.

Así como ‘Visions in My Head’ y el single ‘A Dying World’ nos llevan a transitar por la última década de una firma repleta de tortura y sangre, los clásicos de una era irrepetible no podían estar ausentes. El ladrido emperrado de ‘Find The Arise’, y el castigo de Donald Tardy a su doble pedal en ‘Dying’, cayeron literalmente como los bombazos que son desde que vieron la luz en el fundamental Cause of Death (1990). Es lo que nos gusta de Obituary, como un distintivo que no necesita ampararse en la velocidad ni en lo virtuoso para expeler su hedor a cuerpo descompuesto.

“I Don’t Care” nos remonta a los días de Wolrd Demise (1994), el álbum con que Obituary adoptó en esos años un matiz groove que, como pasa con la buena música, se mantiene fresca y dolorosa como ayer, y más en estos tiempos de incertidumbre global. De la misma forma en que ‘Threatening Skies’ y ‘By The Light’ aparecen como embajadoras del más olvidado ‘Back From The Dead” (1997), un episodio discográfico que merece justicia después de un cuarto de siglo de su lanzamiento.

No solamente los hermanos Tardy la rompen como ideólogos y motores, sino su fiel compañero Trevor Peres, integrante fundador cuyo despliegue en la guitarra rítmica resulta clave para degustar esos riffs donde la saña y la fatalidad son los principales ingredientes, con los solos de Kenny Andrews espejando el frenesí de una humanidad próxima a la extinción. Respecto a Terry Butler, es poco lo que se puede agregar de un tipo que lleva más de tres décadas integrando alineaciones que hoy conforman un culto para todo amante del metal extremo en todas sus facetas. Hay una solidez como bajista y una presencia como referente de los tiempos dorados. Eso que no se describe con palabras, sino con una carrera discográfica que hoy lo tiene jugando de titular, y creando música a prueba de cualquier “tendencia” externa de ayer y hoy.

Si alguien tenía hambre de clásicos, ‘Chopped in Half’ y ‘Turned Inside Out’ dejaron satisfecho hasta al metalero más radical. Y cómo no, si Cause of Death es una pieza obligada cuando hablamos de Death Metal desde el estímulo interno, como lo que empezó en aquellos años donde el demo y el fanzine eran las herramientas de difusión, las redes sociales tres décadas antes de tener todo a un click. Y puede ser todo eso que explique el porqué para quienes amamos esta música y crecimos con toda esta movida, Obituary nos llega directo a las pelotas con su sello arraigado en el riff maldito como expresión. Si hacemos el ejercicio, la brecha con la movida sludge de Acid Bath y Soilent Green no es tan abismal como parece, salvo que ellos son de Louisiana, y Obituary es de Florida.

Finalizando poco más de 60′ de carnicería y cuerpos volando -incluyendo a uno que se le ocurrió arriesgar su humanidad tirándose de la platea a cancha, esa onda…- la tripleta final fue de antología. ‘Deadly Intentions’ y ‘I’m In Pain’, matadoras y drásticas en su objetivo, para dar el tiro de gracia con ‘Slowly We Rot’, la que titula uno de los álbumes debut más importantes y supremos de toda la música extrema. Cierre de lujo para una demoledora lección de venganza, con la banda sonora de un mundo ad portas de desaparecer, con toda su matriz pudriéndose lentamente hasta la médula. No podía ser de otra en estos tiempos, mucho menos viniendo de Obituary.

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