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No podía ser de otra forma en regreso de Uada a Chile. No en el marco de un festival como lo fue su debut en 2019, sino por las suyas y con el recién salido del horno Crepuscule Natura bajo el brazo. Cultores de un Black Metal con vena melódica que explora la misantropía y el lado tenebroso de la condición humana, los de Portland volvieron en calidad de referentes para los amantes del género, y la mística de su puesta en escena, siempre en penumbra frontal, ya es una marca registrada.

Con el jefe e ideólogo Jake Superchi a la cabeza, resulta admirable lo que ha logrado Uada en poco menos de una década en la ruta. Y esto va más allá de la calidad de su discografía, y tiene que ver con el camino ignoto que viene pavimentando, donde muchos anhelan elegir y pocos son capaces de recorrerla forjando una seña propia. Buen gusto en melodías, intensidad a prueba de todo y, sobretodo, entrega hasta el sudor hacia lo que importa, lo que hace de Uada un nombre fijo en el underground. Donde ellos pertenecen y lo expresan con orgullo. A su manera, con la música más abrasiva y oscura que puede concebir el ser humano.

El arranque del sabbath en RBX bar estuvo a cargo de Sol Sistere, por lejos el nombre más importante del Black Metal a nivel local. Y es que con ese par de bombazos de su placa homónima como son ‘The Narrow Path’ y ‘Nothofagus’, la idea de su estilo sorprende de entrada, incluso a los iniciados. Porque la energía proyectada en el estudio, la del sol quemante en pleno desierto, se hermana con el frío cavernoso de ‘Elemental Chaos’, la cual cierra un set acotado en cantidad pero supremo en la jerarquía con que los chilenos imponen su firma ante un público que empieza a llegar en masa al recinto. Black Metal con atmósferas únicas, reproduciendo su efecto como en el estudio y, a la vez, construyendo una experiencia necesaria para todo amante del sonido oscuro. Y sí, decimos sonido y no “ruido”, porque la musicalidad de Sol Sistere parece venir de otro plano, uno donde la locura y la búsqueda son el motor y núcleo de una propuesta ya consagrada.

El Death Metal de Necrodemon también tiene algo que gritar. Una de las bandas más queridas y bestiales del circuito chileno, con más de un cuarto de siglo vomitando blasfemias y defecándose en todo lo que la convención dictamine como “sagrado”. Es cosa de ver lo que ocurre en ‘The Lost Kind of Magic’, ‘Satanized’ y ‘Ecstasy of Fire’, donde la entrega de l banda sobre el escenario entabla comunión con quienes abrazan la vibra transgresora del death metal más implacable y devastador. Y si bien la obligatoria “Que muera el perro Jesús!!!” finaliza un set bastante breve en tiempo, nos quedamos con la promesa de que habrá un show más extendido en noviembre próximo, cuando haya que abrir el regreso a nuestro país de los míticos Dismember. Con eso nos basta para valorar la integridad de Necrodemon y su espectáculo a la altura del odio hacia el status quo que expele la música desde la tripa.

A eso de pasadas las 21 horas, y con el lugar ya repleto en toda su capacidad, con una intro como niebla mortuoria caemos acribillados ante el poder aplastante de ‘The Purging Fire’. Ideal para sumergirnos en la sofocante tiniebla de nuestro ser, con guitarras que construyen muros de lamento con el espacio necesario para las melodía certeras con que Uada ha formado su propio culto. De inmediato, y sin ningún preámbulo ni frase de saludo, ‘Snakes & Vultures’ disipa todas las dudas respecto a los estadounidenses, quienes hoy gozan de forma plena y ostentan un nivel creativo inusual en esta época.

La importancia de Jake Superchi como líder y fundador sobreviviente, se traduce en un espectáculo donde la entrega va hacia la música misma. No se puede entender de otra forma lo que provocan ‘Djinn’, ‘In Absence of Matter’ y ‘The Dark (Winter)’, con el temple vengativo de Uada levantándose para no dejar ninguna señal de raciocinio en pie. Y el entendimiento en las guitarras de Jake y Kevin Bedra ayuda a generar dicha atmósfera de locura y miseria humana hasta el umbral del dolor espiritual.

Cuando tienes una banda que permanece impertérrita a su propio tormento de guitarras filosas y voces viscerales desde la entraña, ‘Retravesing the Void’ y ‘Cult of a Dying Sun’ irrumpen con un efecto sanador por debajo de su ropaje de bestialidad. Y ante tamaña muestra de fuerza descomunal, la gente levanta el puño y corea las melodías como himnos de toda una vida. Es la devoción que genera Uada en quienes nos mantenemos fieles al metal underground en todas sus ramas, y más todavía cuando el cierre con ‘Black Autumn, White Spring’ nos deja en lo más alto de la vida, en el límite con la muerte.

Un ritual corto en tiempo, pero que bastó de apenas 55′ clavados para sumirnos en un territorio donde pocos se atreven a enfrentar la purga de fuego con que el Black Metal en vivo se transforma en una forma de sanación. Uada, desde una tierra quizás muy reticente aún a esta música de rasgos desoladores, volvió para imponer el culto al astro rey que agoniza lentamente.

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