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Fueron 15 años desde su incursión pasada por nuestro país, con estación histórica en la austral Puerto Montt. Casi una década entre el quiebre de la banda y la reunión de su alineación histórica (2019), con la emergencia sanitaria atrasando un par de años más lo que hasta hace unos meses se anunció como hecho. En el global, el retorno de Dismember a las canchas sacó dividendos propios de una leyenda, y el anuncio de las dos fechas en Chile, exclusivo en Sudamérica, marcó la cita obligatoria para el casi millar de amantes de la vieja escuela del Death Metal al Teatro Cariola el sábado recién pasado. Y es que los suecos conforman un nombre obligatorio en lo que fue la era dorada de un género que provocó sorpresa -y asco- en una escena que después del Thrash y con el Death Metal forjando su sello de podredumbre y brutalidad en USA, vio en Suecia todo aquello pero llevado al siguiente nivel.
Desde el origen en los míticos Carnage, y situados en la camada de Entombed, Grave, Unleashed y Desultory, la carrera de Dismember marcó a fuego y tripa la identidad de un género que en suelo escandinavo conformó la banda sonora de toda una generación. ‘Like An Ever Flowing Stream’ (1991), ‘Indecent & Obscene’ (1993) y ‘Massive Killing Capacity’ (1995), todos trabajos obligatorios en cualquier colección Death Metal que se diga tal, le valieron a los de Estocolmo una trayectoria como modelo a seguir para las siguientes generaciones hasta hoy. Incluso ‘Where Ironcrosses Grow’ (2004) tiene el rótulo de clásico bien ganado, y más por su lanzamiento en un contexto supuestamente adverso para el género. No cabe duda de que en estos días, con Entombed ya desaparecido, los Grave de Ola Lindgren en una división mucho menor pese a seguir en carrera, y Unleashed tomando el sendero de la ruta vikinga para marcar diferencia respecto a sus contemporáneos, Dismember porta merecidamente el estandarte de un movimiento arraigado en la crudeza de las guitarras y los gritos cavernarios.
Detengámonos un poco para destacar la apertura a cargo de Nefastor, una noble banda chilena que ejerce un Death Metal a la antigua, donde las ganas de mandar todo a la cresta y sin sutilezas es el motor principal. No es solamente la intensidad musical lo que nos abruma, sino el espectáculo que despliega sin florituras una banda compuesta por cinco jóvenes que dejan la vida donde realmente importa. De ahí las patadas sónicas en la cara con que ‘Hate in the Night’, ‘Serpent’ y ‘Calls From Beyond’ caen como misilazos de metal callejero hasta el sudor. El garrote que le tiran a los rockstars en ‘Your Life is a Lie’, a chuchada limpia… ¿qué otra cosa podemos esperar de una banda que se ha curtido en escenarios locales como el 14 de la Fama? Y es que dentro de lo breve que haya sido su presentación, da un gusto enorme poder apreciar el nivel con que el metal chileno, además de renovar votos, echa fuego aprovechando el escenario en todos sus puntos. Y a las bandas como Nefastor les basta lo justo para reflejar una idea que debiera pesar más en estos días de redes sociales y producciones estelares: la música extrema no se toca, sino que se respira.
Poco antes de las 19:40, y con el recinto de calle San Diego ya repletándose de a poco, el Death Metal blasfemo de Necrodemon también salió al escenario y con mucho que despotricar hacia lo sagrado. Con casi tres décadas de carrera, los ariqueños se han hecho un nombre de linaje mediante un espectáculo a la altura del temple de su estilo. Basta algunas muestras de su LP ‘In Ecstasy of Fire’ y el EP ‘Que Muera el Perro Jesús!’ (2017), para echar fuego, literalmente, y extender su territorio de escarnio e irreverencia sin ningún impedimento. Y es que con Cristian (voz) y Ricardo Gallegos (guitarra líder) a la cabeza de un proyecto que defiende a morir los valores de un estilo que da espacio a la melodía en plena metralla de dolor y muerte, hay algo que con el paso de los años se potencia a niveles propios de una marca registrada en Chile y, porqué no, Sudamérica.
‘Que Muera el Pero Jesús!!!’ vocifera Cristián hacia el final de la presentación, como un grito de guerra antes de culminar un nuevo triunfo sobre las instituciones religiosas y civiles. Es la mística de Morbid Angel, Immolation y Deicide tatuadas en un sentimiento de locura y ocultismo, con la dosis justa de melodía en pleno cataclismo de fuego y sangre. Lo dijimos respecto a Nefastor, y lo recalcamos al hablar de Necrodemon en vivo; el Death Metal no basta con interpretarlo como músico, sino comer y respirar toneladas de abominación que desembocan en música pesada y ambiciosa dentro de sus parámetros.
Si el Cariola ya era una caldera a eso de las 21 horas, la intro que da paso a ‘Of Fire’ no hizo más que precipitar lo que se venía. Una erupción volcánica de Death Metal en estado puro, con sus pioneros reunidos en torno a la leyenda que convirtió Estocolmo en un infierno musical durante el amanecer de los ’90. Tras cartón, y dando espacio apenas para respirar, ‘Sickening Art’ echa debajo de inmediato el recinto, adjunto el moshpit respectivo. Sonará exagerado, pero no se puede creer el nivel que despliegan juntos cinco señores que promedian los 50 años, desatando la mortandad con los bríos juveniles de 20. Los ladridos de Matti Kärki, las guitarras ‘Motosierr’” de David Blomqvist y Robert Sennebäck -un retornando después de casi 22 años, la solidez de Richard Cabeza en las bajas frecuencias, y la máquina asesina de Fred Estby en batería… todo en su lugar y aportando en iguales proporciones a la carnicería, por acá al menos en este rincón del mundo, es un lujo irrepetible.
Con un breve saludo de Matti al público chileno, ‘Fleshless’ pasa la trituradora con una jerarquía implacable. Mientras que ‘Pieces’ -el corte titular del EP del mismo nombre, hace lo propio rindiéndole honor a su título. Dismember nos corta en trozos sin sutileza que valga, una masacre que no deja ileso a nadie y reforzando todo con un sonido impecable. Y qué importante el aspecto recién nombrado, sobretodo en pasajes como ‘Dismembered’, cuya intro elegante y lúgubre le da el pase a la voracidad y la locura en toda su forma. El moshpit, aludiendo al monstruo del ’91, es un flujo constante que expande el desastre en momentos como ‘Tragedy of the Faithful’, la única embajadora del notable ‘Where Ironcrosses Grow’ (2004). Un bombazo que, al igual que su álbum-madre, se ganó con todos los méritos del mundo el rótulo de ‘clásico’. Y en el directo, si sumamos el trabajo monumental del binomio Blomqvist-Sennebäck en las seis cuerdas, se impone con la autoridad propia de quienes le dan a la música una identidad que pocos se atreven a abrazar.
El bombardeo de Death Metal sigue sembrando muerte en el campo de desastre. El horror gore de ‘Skin Her Alive’, el vómito desde la tripa con ‘Hate Campaign” -el bajo de Richard sonando crocante, las atmósferas mortuorias en ‘In Death’s Sleep’… todas distintas entre sí pero con un propósito en común que para los amantes del Death Metal sin colorantes ni saborizantes es un elemento bienvenido ayer y hoy. Eso es Dismember y, por muy reiterativo que suene, hay algo genuino que nos impulsa a sentir esta música, eso que nos llega directo a las pelotas. Cómo no maravillarnos, y es imperativo destacar en primer plano, el excelente nivel de forma y funcionamiento de una banda que, entre otras cosas, apostó a la reunión de manera honesta y con el foco en azotar el escenario como en los viejos tiempos.
El Death Metal no es solo tocar a mil por hora, kilos de blast-beat y guturales de ultratumba. Por algo tienes centenas de voces coreando la melodía principal de ‘Dreaming Red’, o cuellos rompiéndose en la clásica ‘Casket Garden’. Hay cosas que van más allá de un género, y tienen que ver, entre lo primordial, con el don de escribir buenas canciones. Lo cual en el Metal Extremo parece complicado por las numerosas fronteras que el género se impuso a sí mismo, pero que solo las instituciones como Dismember han dominado con una maestría que hoy no la encuentras en una tienda. Entre medio, ‘Override of the Overture’ y ‘Soon to Be Dead’ tienen su protagonismo ganado a punta de sangre y sudor. Y talento, el que te da el ingenio de para hacer cosas impensadas. Y en plena matanza sónica, también hay espacio para apreciar una y otra vez lo bien aceitada que está la máquina de Dismember en todas sus piezas. Por cierto, tarea para la casa analizar lo que hace Fred Estby en la batería. Un todo terreno que resume lo que significa tocar esta música, eso que no tiene nada que ver con el virtuosismo de clínica (hoy tan recurrente como el software o la aplicación de moda), sino con la resistencia rítmica y la pegada en cada golpe, como castigando los tarros de inicio a fin en cada corte.
Al llegar al final con ‘On Frozen Fields’ y ‘Life – Another Shape of Sorrow’, la energía se mantiene igual, y no solamente sobre el escenario. En especial a destacar las piezas extraídas del tremendo Massive Killing Capacity, porque no cabe duda de que fue ahí donde Dismember se convirtió en una banda de músicos realizados, donde la influencia de Iron Maiden en su firma descomunal fue decisiva para mejor. De ahí lo que hacen Blomqvist y Sennebäck tanto en los riffs como en los solos, ambos dueños de un talento extraordinario y una ejecución a la altura del trabajo en dúo. Y en vivo, un disco con semejantes rasgos está destinado a romperla sin contrapeso que valga.
El remate con ‘Bleed for Me’ cierra un regreso derechamente histórico y glorioso. Y por cómo Matti se desgañita como en esos viejos tiempos, está claro que hay un objetivo real, uno que va más allá de sacudir el mundo a la usanza de los consagrados. Si Dismember volvió con su formación titular, la que le rebanó la garganta al mundo, había primero de justificarlo en el escenario y responder a las expectativas con lo que los hizo grandes. Y lo hicieron a su manera, derrochando clase en los gélidos campos del arte nauseabundo. Ese campo que dominan de manera indecente y obscena. Lo que se espera del death metal a la antigua, el de verdad.
Texto: Claudio Miranda
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