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Curioso y extraordinario el caso de The Rasmus. Ad-portas de los 30 años de carrera, los 2000 fueron su punto álgido de popularidad, cuando el álbum Dead Letters (2003), de la mano del hit-single ‘In the Shadows’ -himno adolescente para todo escolar nacido en el ’90-, los puso en el mapa. Una de las agrupaciones rompedoras del arranque del milenio actual, con un estilo irresistiblemente ganchero y un sonido potente para su época. Una sorpresa en su momento, y viniendo de una agrupación originaria de Finlandia, comparable sólo a cuando en los ‘70s el mítico grupo sueco Abba tomó por asalto un mundo dominado por USA. Una comparación quizás exagerada, pero quienes estuvimos anoche en el Teatro Cariola de Santiago, podemos dar fe de que The Rasmus, sin el arrastre desbordante de hace 20 años, mantiene intacta aquella magia que fue mucho más allá del viaje en el tiempo.

Necesario ir un poco atrás en el pasado de The Rasmus y el inicio de su romance con el público local, allá por el 31 de Marzo de 2006 cuando los de Helsinki congregaron a un millar de personas en el estadio Víctor Jara. En la cresta de la ola con ‘Hide From The Sun’ -editado el año anterior- y en su peak de renombre, volviendo a finales de ese año para un festival internacional. De ahí hubo que esperar más de una década, cuando en 2018 el Club Chocolate fue el epicentro de lo que entonces se habló como un excelente acto de nostalgia y “Dark Matters” ya estaba salido del horno. Y anoche, en el recinto de calle San Diego, con el excelente ‘Rise’ (2022) bajo el brazo, el entusiasmo fue inevitable para sus fans, quienes se congregan como si se tratara de una liturgia donde la música es protagonista absoluta.

Con algunos minutos de demora respecto al horario publicado en las redes oficiales, el arranque de la jornada estuvo a cargo de Cromático, banda chilena cuyo estilo de rock alternativo denota la huella de Arctic Monkeys, Franz Ferdinand y los propios The Rasmus. Con un estilo pulido y efectivo, pasajes como “Veranito de San Juan’, ‘Tiempo de Volar’, ‘Sin Miedo al Tiempo’ y ‘Animal’ obtienen su recepción apropiada en base a un despliegue rutilante a nivel de sonido y capacidad instrumental. La potencia de las guitarras y las texturas sonoras del teclado/synth se hermanan en un sentido musical de energía, lo que requiere en gran parte un estilo que requiere de juventud y, a la vez, un buen gusto melódico. Como pasa en ese bombazo de Pop-Rock que es ‘Betty Blue’, corte arquetípico que en el directo funciona, gusta y gana. Como lo que es Cromático, una banda cuya selección de colores en la paleta sonora, en vivo adquiere las dimensiones justas y necesarias de intensidad.

Con el Cariola repleto y desbordándose en la euforia antes del inicio, “Basket Case” de Green Day nos da la alerta del fin de la espera. Una intro futurista que pasa a la explosión con ‘First Day of my Life’, del aclamado ‘Dead Letters’ y fundamental para abrir tanto un disco o un concierto. El mismo impacto que el de su recordado videoclip, nos mete de lleno a un viaje por los mejores momentos de un catálogo que va más allá de una era determinada. Y del monstruo del 2003, le siguen de inmediato ‘Guilty’ e ‘In My Life’. La primera coreada por todo el recinto y cómo no si hace 20 años The Rasmus marcó un hito con tamañas melodías, inclinadas al pop y sin ningún pudor. Mientras que ‘In My Life’ y su riqueza de matices entre lo pesado y lo sutil, suena fresca y rebosante en espíritu.  Y bien de aquello lo saben sus incondicionales, quienes saben que hay un sentimiento que perdura sobre la nostalgia y la moda de turno.

Entre ‘No Fear’ y ‘Paradise’ debe haber al menos 12 años de diferencia. Y con todo eso, se reduce a cero cuando la energía en vivo refleja la jerarquía con que The Rasmus ha llevado su carrera e, base a su integridad. Lauri Ylönen no solo ostenta la jineta, sino que le cede las canciones al público. A la vez, el solo clavado de la guitarrista Emppu Suhonen en ‘No Fear’, quien ingresó el año pasado en el lugar del histórico Pauli Rantasalmi, nos encandila para en un par de segundos renovar la devoción de un público que participa sin bajar los decibeles. En el caso de ‘Paradise’, cuesta creer que obtenga una recepción similar tratándose de una placa más reciente. Pero si funcionó la visita anterior en el Chocolate, esta vez se queda como favorita de la vida. Eso es The Rasmus en su esencia, y no hay puntos medios en un acto en vivo que transforma un recinto para mil personas en un estadio con cincuenta mil.

El panorama es absoluto cuando llegamos a ‘Fireflies’, con el Cariola iluminado a puros tubos fosforescentes, recreando el espectáculo de luciérnagas que se agrupan en torno a una música que va más allá de un género o las propias latitudes. La primera de ‘Rise’ que dice ‘presente’, y sale triunfante, cumpliendo con su objetivo e instalándose como clásico inmediato y estación obligatoria en el repertorio. De ahí viajamos 20 años al pasado con ‘Time to Burn’, con Lauri literalmente dejando la vida con sus dotes vocales como si el tiempo no pasara sobre él. Como también debemos resaltar la labor del bajista y fundador Eero Heinonen, quien además de su reconocida fortaleza en las bajas frecuencias, se da el tiempo de interactuar y hablarle al público sobre lo que significa para ellos el nuevo retorno a Sudamérica, Chile incluido.

El tufillo a U2 en ‘Live and Never Die’ y la emoción a flor de piel en ‘Wonderman’, pese a no contar con más de cinco años de vida ambos, recrean la urgencia adolescente de The Rasmus bajo los códigos de la última década. Y así como tras la primera hora de show terminamos de rodillas, pasamos a la infaltable sección acústica de sus directos, integrada por ‘Still Standing’, ‘October & April’ y ‘Sophia’, donde los fineses muestran al desnudo la esencia de la banda, su integridad artística. Hay un nivel y genio que perduran hasta hoy, una magia que complementa el enorme talento de sus integrantes. Las voces de Emppu -quien recibe las ovaciones propias de una contratación millonaria- y Lauri se complementan de manera estremecedora en ‘October & April’, un pasaje glorioso por lo que genera en vivo y la química entre ambos y el tándem rítmico de Eero y el percusionista Aki Hakala.

Retorna la electricidad con ‘Rise’, el corte titular de su placa más reciente, seguida de una aplastante ‘Immortal’. Favoritos hay de sobra, con una banda al tope de sus capacidades y con Aki Hakala reluciendo sus dotes como metrónomo humano. La importancia de contar con un baterista que, fuera de su condición de histórico, le da a la música un nivel de agresividad y elegancia de proporciones magnánimas. Y cuando Eero ase refiere al LP debut ‘Peep’ (1996), se desata la fiesta con el cover a la mega clásica ‘Ghostbusters’, la titular del soundtrack de la clásica película de los ’80. Celebración total, con el coro gritado hasta el alma y transformando el recinto en una fiesta ochentera, de las que dejas todo en la pista de baile. Cómo te vas a amargar con tamaño nivel, y más con un cover que no lo parece tanto en manos de cuatro talentos que disponen sus virtudes en favor de lo que importa.

Debe haber un par de mundos de diferencia entre ‘Justify’, ‘Livin’ in a World Without You’, y aun así, el enjambre de gritos de los fans (en su mayoría mujeres, adultas hoy y quinceañeras en los 2000) distingue poco y nada cuando el sentimiento es el mismo. O ni hablar de ‘F-F-Falling’ y su vibra Pop-Rock a la que ni el más escéptico puede decir que no. Con qué elegancia, con qué groove… y el público participando en los coros, como en todo el show. Para quien escribe al menos, resulta insólito que no haya canciones hoy con ese nivel, y eso habla de lo tremendamente sub-valorado que es The Rasmus hasta hoy.

Y si acaso los decibeles del público superaron todo lo permitido, “In the Shadows” era el momento. Histeria y euforia por doquier, como no podía ser de otra forma. Un clásico obligatorio de la movida alternativa de los 2000, el que los puso en la parrilla de MTV en esos años y le dio banda sonora a la adolescencia de muchos sub-30 de hoy. EL himno de The Rasmus, en el que si eres fans debes sabértela de memoria y darlo todo en cada surco. NO hay medias tintas a esas alturas, y tras el supuesto cierre, desfilan ‘Funeral Song (the Resurrection)’ -lo que es capaz de comunicar y expresar Lauri, un fuera de serie como cantante!-, ‘Jezebel’ -del flamante ‘Rise’– y la dulce ‘Sail Away’. Final catártico y pletórico, para un espectáculo que, reiteramos, hace de cualquier recinto un estadio, y en base a canciones que marcan épocas y a la vez, trascienden hasta la eternidad.

El ‘Chi-chi-chi… le-le-le’ de Lauri y su nivel de dominio e interacción. Los centenares de manos sosteniendo el celular para grabar, a la vez que se mantienen las gargantas entonando la metralla de clásicos. Los globos amarillos y negros con que los fans más ‘Hardcore’ le profesan amor eterno a su banda favorita. El propio Lauri acercándose al público en barricada, en ambos extremos del escenario. Todas postales de una noche que muchos recordaran como si fuera el primer día de sus vidas, lo que es The Rasmus a nivel de imagen y sensaciones. La nostalgia es inevitable, pero sería injusto quedarse en eso, si estamos en el tiempo de vivir y nunca morir.

 

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