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La ‘primera vez’ de I Am Morbid en nuestro país (2018), dejó sensaciones encontradas, lo que trasciende el plano musical. Un regalo para los fans de Morbid Angel clásico, con David Vincent al frente y disparando metralletas de death metal en su estado más puro, como lo fue durante los albores de los ’90s. Por otro lado, y con su antigua banda volviendo al ruedo con Kingdoms Disdained (2017) -con el retornado Steve Tucker al frente, las dudas son inevitables cuando hay un ejercicio de nostalgia en vivo, y en un estilo que trasciende el ‘recuerdo de las glorias pasadas’. Por ende, el regreso a nuestro país tras una larga espera, con pandemia y todo, prometía más de lo que fue la ocasión anterior en la Blondie, el mismo recinto de su ‘debut’.

Como el foco está por ahora en las presentaciones en vivo, hubo dos factores que motivaron a la convocatoria de ayer en la capital. El primero va por los 30 años del obligatorio Blessed Are The Sick (1991), una obra de arte en lo auditivo y visual, incluso más allá del death metal como ‘género’. Por otro lado, y si hablamos de jugadas clave, el ingreso -¿o regreso?- del histórico baterista Pete ‘Commando’ Sandoval dejó la mesa servida; el 50% del line-up clásico de la banda que le dio al estilo un sello de majestad dentro de su laberinto de tormento.

A estas alturas, hablar de puntualidad sería redundante cuando hay toneladas de categoría imponiéndose en el escenario. Como nos lo hace saber Soga desde el arranque, mediante un black metal de corte atmosférico, donde la teatralidad comparte lugar con la jerarquía musical. El larga duración conceptual ‘Cuarenta y Nueve Días’ (2020),  es una muestra suprema de de calidad y ambición aún inusual en esta parte del mundo, con el rollo de la reencarnación y la bruma de la vida después de la muerte sumergiéndonos en su propio misterio.

Si bien es fácil recurrir a la etiqueta, el propósito de Soga en su producción visual es de alto impacto y abarca terrenos tanto comunes como ignotos. Una mezcla entre ritmos/sonidos tribales y una cosmovisión que sus propios escultores sonoros profesan con la solemnidad requerida en estos casos. Por ende, la interpretación de ‘Cuarenta y Nueve Días’ al completo -rutilante el despliegue de invitados como Wagner en ‘Devenir I’, un cañón de música cósmica con ropaje black metal– nos da una efecto de shock por la forma en que llevan el concepto del Libro tibetano de los muertos a la música y a la puesta en escena, siempre con la marcialidad propia del estilo. Por lejos, un acto en vivo imperdible cuando se trata de comunicar un mensaje o relatar una historia. Como debiera ser y muy pocos logran.

Abriendo el cartel internacional, The Troops of Doom marcó un momento especial entre los fans del Sepultura primigenio. Comandado por el histórico Jairo Guedz, el combo brasileño pisó por primera vez nuestras tierras para ofrecernos un set acotado e intenso a la vez, con una que otra sorpresa. Un repaso por sus breve pero devastador catálogo, con el LP Antichrist Reborn bajo el brazo y un estilo definido para los amantes del death y el thrash en su forma más primitiva.

Desde el arranque con ‘Act I – The Devil’s Tail’, las intenciones de The Troops of Doom quedan de manifiesto en base a su potencia instrumental y la muralla sonora con que el metal extremo del viejo cuño provoca los estragos esperados. Como también hay que reparar en algunos problemas de sonido que por momentos enlodaban la guitarra de Jairo y, en gran parte, generaron un par de grietas en una presentación que requería toda la solidez.

‘The Rise of Heresy’, ‘A Queda’ y ‘Dethroned Messiah’, se coronan en vivo como muestras del presente de una leyenda de culto al frente de sus propias huestes sin la presión externa en estos tiempos. De la misma forma en que ‘Bestial Devastation’, ‘Morbid Visions’ y el himno ‘Troops of Doom’ nos remontan a los inicios de Sepultura, aunque la voz de Alex Käffer estaba más cerca del Max Cavalera groovie del ’93-94 que el de los guturales pútridos del quinceañero que marcó la ruta del metal desde Belo Horizonte en los ’80s. Esperemos que en una próxima ocasión The Troops of Doom vuelva como cabeza de cartel y presentando de manera más extensa Antichrist Reborn, porque para el nivel mostrado anoche, pudo apuntar a más.

Si hablamos de post-black metal desde el estímulo y el ingenio por hacer cosas que otros no hacen, los portugueses de Gaerea fueron la revelación de la jornada. Originalmente agendados como una visita aparte, fueron integrados al cartel para marcar la diferencia. Y es la impresión que nos generó anoche en el recinto ubicado en la principal avenida capitalina, porque en un estilo que suele aún aferrarse al cliché, aquí hubo un resplandor enceguecedor en el corazón de la infaltable oscuridad de dicho estilo musical.

En plena promoción de su álbum ‘Mirage’, editado en septiembre recién pasado, nos resulta angustioso y alucinante la estampa de Gaerea. El estandarte de la sociedad Vortex en todo su esplendor, ya sea en las capuchas o en el atril de micrófono, marca el atractivo previo al frenesí demencial con que Guilherme, además de su voz prodigiosa, hace del escenario el terreno idóneo para desatar la locura, literalmente hablando. Como sombras emergiendo del inframundo, haciendo del descontrol una forma de expresión canalizada con toda maestría. Shock puro, descolocador hasta para el más iniciado.

En 45′, bastó para que ‘Salve’, ‘Deluge’ y ‘Mantle’ desfilaran como bestias pantagruelescas desde un plano totalmente ajeno al nuestro. Todas construyendo un muro sónico que abre sus puertas y nos introduce a las fauces de un sello que no sabe de clichés ni parodias. El monstruismo propio del estilo es dominado con toda la habilidad del mundo, mientras Guilherme nos da una cátedra de entrega hasta el sudor, al punto de bajar a la barricada e interactuar con el público de las primeras filas. Catarsis pura y coherencia a full con los valores de un estilo musical que proyecta su vibra oscura y la transforma en luz abrasadora. Entre la luz y las tinieblas, la autodestrucción y la miseria humana, Gaerea en vivo nos expone sus propios secretos mientras la muerte nos consume hasta la última gota de razón.

El puntapié inicial con ‘Immortal Rites’, una brisa avernal por parte de I Am Morbid. Así, de entrada y sin tanto preámbulo, David Vincent y Pete Sandoval unen fuerzas con las guitarras de Bill Hudson y Kelly McLauchlin para recrear el terremoto de sangre y lava con que Morbid Angel le dio al death metal una razón de ser, comparado solamente con la orientación vanguardista de Death y el humor enfermo de Cannibal Corpse. Y ya que hablábamos del LP depredador del ’91, ‘Fall From Grace’ cae como un bombazo que deja muertos y mutilados en gran proporción.

En comparación a la ocasión anterior, I Am Morbid esta vez no se guarda nada y ‘Visions From The Dark Side’ nos lo refriega en la cara, como será durante 90′ de música extrema hasta la médula. Y cuesta no referirnos a Morbid Angel, porque el deleite para los fans de esos cuatro primeros LPs durante el ciclo 1989-96 es inmediato. ‘Day of Suffering’ y la titular ‘Blessed Are The Sick’, retumban el salvajismo natural del estilo, mientras que ‘Rapture’, ‘Pain Divine’ y ‘Sworn to the Black’, las tres del más pesado Covenant (1993), nos dejan en claro que está noche es Morbid Angel con la mitad de su formación clásica, y al 100% su repertorio enfocado en el período de oro para un subgénero musical que surgió como un impulso opuesto a la oleada grunge de Seattle y similares.

El mosh y el headbanging, a cierta altura del espectáculo, ya conformaba un paisaje que poco y nada difería al averno lovecraftiano que David Vincent vocifera desde hace más de tres décadas. Al punto de que dentro de la saturación sonora que nos dejó al final con trauma acústico, pudimos apreciar a una horda de fans respirando y dando la vida por el legado de una agrupación fundamental dentro del metal en su cara más brutal y demente. Así como resulta notable escuchar a Vincent apuntando hacia quienes ‘nos dicen qué hacer y decir, que se jodan’, todo mientras presenta ‘Eyes To See, Ears to Hear’, con el doble pedal de Pete Sandoval ametrallando todo a su paso.

Si mencionamos la (re)unión de Vincent y Sandoval como factor de peso, ‘Dead Shall Arise’ le daría más sabor al asunto. Y cómo no, si el World Downfall de Terrorizer hoy es una placa fundamental cuando se trata de música extrema en su sentido más visceral. A estas alturas, de la música y la vida, hablar de metal es reduccionista para lo que es el legado de Morbid Angel y David Vincent lo explica de manera más gráfica cuando juega contigo el título de su proyecto actual. ‘I am Morbid, you are Morbid’. Más claro, imposible. Aunque Trey Azagthoth diga otra cosa como fundador sobreviviente en el otro lado de la cortina.

Entre el puñete cavernario de ‘Maze of Torment’ y la elegancia fúnebre de la instrumental ‘Desolation Ways’, puede que haya todo un mundo de diferencia, pero en el universo de Morbid Angel ambos mundos conviven en el mismo propósito de maldad humana. En el caso de la segunda, es escalofriante ver a Bill Hudson emulando el aire maldito del original Trey Azagthoth, sin importar la ventaja de quién lo hizo primero.

‘Dominate’, ‘Where The Slime Live’ y ‘Dawn of the Angry’ relampaguean una tras otra sin espacio a la tregua. De las misma forma en que Hudson y McLauchlin distribuyen labores en el área de solos, Vincent y Sandoval hacen lo propio como dupla rítmica en su mejor forma, poco y nada que envidiar a sus años de explosión. Punto aparte el carisma de Vincent, un maestro de ceremonias que no se molesta en intercambiar el ceacheí con un público enardecido en euforia. Ese mismo público que toma el final con ‘God of Emptiness’ y ‘World of Shit’ como la última descarga previa a la hecatombe con que la música se transforma en un catalizador de odio y blasfemia de poder destructivo sin igual.

A lo más, es menester concluir que el regreso de I Am Morbid a Chile fue otra cosa respecto a hace cuatro años y quienes estuvimos anoche en el Club Blondie la tenemos clara. I Am Morbid es más que el tributo o el recuerdo con dos históricos; es la criatura guardiana de las visiones mórbida de un mundo cada vez más enfermo y decadente.

Texto: Claudio Miranda

Fotografías: Sebastian Dominguez

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