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El lanzamiento del más reciente Holy Moly! (2020), en plena emergencia sanitaria, terminó por situar a Blues Pills como uno de los nombres más destacados del panorama musical de la década recién pasada. Cultores de un Blues-Rock en cuyo ADN corren las firmas del binomio Hendrix-Clapton, Led Zeppelin, Free y Grand Funk Railroad, los suecos la tienen clara cuando se trata de preservar los valores de una época irrepetible, al mismo tiempo que su repertorio habla bastante.

Como número fijo en los festivales más prestigiosos de Europa -la rompieron en el Wacken 2018, arrasaron con todo en el Hellfest recién pasado-, su debut en Sudamérica era cosa de tiempo. Con Chile como primera parada en el continente, el combo liderado por la tremenda Elin Larsson llegó avalado por su reputación como acto en vivo de nivel mundial, donde la potencia sonora y el desplante en vivo conforman una bomba nuclear de rock duro sin agentes externos. No es solo sumergirse en una época remota para reforzar un lenguaje, sino proyectarlo en el directo y lograr un impacto que nos da una idea nítida de lo que realmente era sonar pesado hace medio siglo. Y Blues Pills, en todo aspecto, lo logra con la experiencia de los grandes a quienes honramos cada vez que los vinilos de Hendrix, Janis y Zeppelin giran hasta dejarnos K.O.

Para tamaña visita, el cartel nacional tenía que estar a la altura, y El Cruce es un nombre fijo ahí. Son más de dos décadas de blues a la chilena, con un cancionero que funciona donde y cuando sea, y con un distintivo tan reconocible como incendiario. Y es que desde el arranque con ‘La Chinita’ y ‘A Encender el Blues’, el golpe eléctrico es contundente, con la dupleta de Felipe Toro (guitarra, voz), y la armónica de Claudio ‘Bluesman’ Valenzuela capitaneando un equipo que sale a ganar a punta de una jerarquía ganada a pulso en el circuito local y sudamericano.

La solidez con que El Cruce ejecuta su espectáculo, es directamente proporcional al fuego que chorrea el sonido del alma. La choreza de Billetera o Puñalada, adquiere el doble de potencia con su groove de corte vintage, mientras que ‘Me Tienes Loco’ desborda litros de pasión como si se les fuera la vida. En especial a Felipe Toro, cuya habilidad en las seis cuerdas y su caudal vocal resultan en una simbiosis sonora con la fuerza suficiente para motivar y hacer cantar al público en cada rincón del Cariola. No es solo un carrera de más de 20 años, sino una constatación de vigencia y clase por parte de una institución que come y respira blues hasta la última gota de sudor, de la misma forma en que el estilo de impregna de chilenidad con la fluidez necesaria. Si el blues sigue encendido, hay que agradecer a El Cruce por mantener dicho sentimiento mientras nos tomamos unos tragos, siempre bailando al son del rock n roll. Como Hendrix y BB King mandan, dónde quiera que estén.

Por ahí se habló de una cita con nuestra historia, y una agrupación como Aguaturbia es la referencia perfecta para entender porqué tras poco más de medio siglo de trayectoria, el cariño de la gente se transforma en algo más poderoso. El hecho de darle el ‘vamos!’ con ‘I Wonder Who’, con el cuarteto dándole como una locomotora a vapor, nos avisa de que el viaje a través del tiempo, tendrá de todo, sobretodo emoción.

Dentro de lo rutilante del espectáculo, y mediante el reverb como agente abrasivo en varios pasajes, es obligatorio resaltar lo que generan y son capaces de hacer Carlos Corales y Denise, el núcleo y motor de Aguaturbia desde sus inicios en el amanecer de los ’70s, acompañados del bajista Javier Barahona y el baterista Kevin Correa, este último un animal en cada golpe. Corales echando fuego con apenas un par de notas, dictando cátedra de vibrato hasta la sangre y recordándonos en estos tiempos que detrás de la ‘Simpleza’ de su sello hay una personalidad bestial, inmune al tiempo y entregando el mensaje. Mientras que Denise, visiblemente emocionada y frisando la séptima década de vida, mantiene en forma el vozarrón con que te puede seducir o dejarte como trapero en el suelo. O ambas, como el sello de Blues y Rock con que la música se enfoca en lo que importa, y al volúmen correspondiente.

Es menester la mención a la tripleta final del show, a puros clásicos del Rock y el Blues en su fase primigenia, empezando por la memorable ‘Somebody To Love’ de Jefferson Airplane, cual piedra rodante formando una avalancha implacable. De ahí, la inmortal ‘Heartbreaker’ de los dioses Grand Funk, con el público entregado y cagando a grito pelado, literalmente. No puede ser de otra forma, mucho menos con la energía de dos veteranos de mil batallas haciendo kilos de rock n roll como en sus 20s. El cierre con ‘Rollin N’ Tumblin’, con el Cariola en llamas, nos resume el peso de Aguaturbia en este país tan castigador con sus hijos.

21:30 horas y la espera termina con el cañonazo inicial de ‘Proud Woman’, la pieza que abre el laureado Holy Molly!. Una aplanadora en vivo, con Elin Larsson apropiándose del escenario con una energía descomunal. ‘Low Road’ y ‘Dreaming My Life Away’ le siguen con penas un par de segundos de respiro, y dándole a los amplificadores a su tope. Fuerte, pesado y desbocándose sin perder el control, eso es Blues Pills de entrada.

Entre ‘Kiss My Past Goodbye’ y ‘Astralplane’, hay una distancia de seis años y una hermandad que hace más especial el paso de la metralla de hard rock a una instancia más sentida. Hay toda una atmósfera de vieja escuela por principios, con el guitarrista Zack Anderson desplegando el sonido clásico con qué próceres de la talla de Jimmy Page y Jeff Beck cambiaron las reglas del juego allá por 1969. Así, con fecha y todo, invitándonos a viajar al pasado y rememorar los aires de una era en que el rock pesado venía directamente del estómago.

Con qué swing y autoridad ‘High Class Woman’ te refriega su par de verdades y, a la vez, te enciende cual afrodisíaco. Un deleite en vivo, donde Anderson se pone en los zapatos del mejor Clapton con su experticia en las seis cuerdas, mientras la pareja rítmica compuesta por André Kvarnström en batería y Kristoffer Schander en el bajo, aportan a la solidez con que Blues Pills se para en el escenario sin dar espacio a ninguna fisura. Y al frente, la gran Elin tomándose el escenario con movimientos abrumadores, donde la línea entre lo sensual y lo salvaje se vuelve menos clara cuando se trata de provocar y estimular. O como dicen por ahí, si no te dice ni causa nada, no es rock.

Del groove urgente de ‘Ain’t No Change’ a la dulzura conmovedora de ‘California’, el paso es gigante y fascinante. Distintos estados de ánimo, la misma identidad con que Blues Pills se impone como embajadores de un sonido que muchos anhelan emular y pocos lo logran al nivel de los suecos. De la misma forma en que el blues desgarrador de ‘Song From a Mourning Dove’, valga la redundancia, nos apuñala hasta desangrar la última vena. Como nos lo expresa la bella Elin, dueña de una interpretación vocal que bebe litros de Janis y Aretha, para mandarnos directo al carajo.

El momento especial que protagoniza ‘Bliss’, tiene razón de ser para quienes seguimos a Blues Pills desde los días en que el EP del mismo nombre nos hablaba de lo de se vendría durante la próxima década. Como lo son también ‘Black Smoke’ y ‘Lady In Gold’, en ambas con Elin contando una historia con la sapiencia de quienes han vivido un millar de cosas para traducirlas en la música más fogosa y electrizante que pueda concebir el ser humano en base a ingenio y necesidad.

 Con la tripleta ‘Little Boy Preacher’, ‘You Gotta Try’ y ‘Dust’, llega el final del set regular con ‘Bye Bye Birdie’, el punto de ebullición de una presentación antológica de inicio a fin. Un terremoto volcánico en vivo, donde Elin aprovechó de tirarse al público en modo ‘surf crowd’, lo que refleja el nivel de entrega y comunión con qué Blues Pills rebasa el aspecto musical. Lo que no se mide con velocidad y pirotecnia, sino con un propósito de expresar algo y golpear los sentidos con brochazos de caricia.

Para el final, un bis matador, empezando con ‘Little Sun’, maravillosa por la luz que transmite en quienes sabemos lo profundo que nos cala el blues con un par de riffs, y una voz que se dirige a nosotros con la comprensión de un amigo cuando estamos con el agua hasta el cuello. Y para el broche de oro, el himno ‘Devil Man’, con Elin regalándole al público un coro de rasgo transversal. De eso se trata la cosa al final de la jornada; despacharse un saco de clásicos inmediatos con la intensidad propia de las buenas canciones, las que te pueden partir el alma y, otras veces, llamar a la catarsis total.

Como suele pasar en instancias de primera vez, sería lindo un retorno, como también depende de lo que disponga la banda, más aún cuando hay algo que ofrecer a nivel de lanzamientos. Sólo esperemos que sea más pronto de lo que pensemos, porque en estos parajes el pequeño sol de Suecia ya logró instaurar su orgullo astral. El canto de las palomas en luto, y lo sabemos de antemano, adquiere un significado especial con el sello indomable de Blues Pills.

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