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Si dejamos de lado a los 4 o 5 nombres de siempre –‘Big 4’ para la mayoría, el Thrash Metal es un estilo marcado por la marginalidad y las ganas de mandar todo a la cresta. No podemos limitarnos a hablar desde el aspecto musical y sus características hoy reconocibles, sino de lo que motiva a bandas de culto como Death Angel a seguir en la primera línea del género, tanto en su etapa formativa en los ’80s como desde el renacer en los 2000. Y es que la historia de los de San Francisco tiene una carrera de dulce y mucho agraz. Formados en 1982 bajo el liderazgo del guitarrista Rob Cavestany, un niño de 14 años que se juntó con sus primos de la misma edad a tocar la música más pesada y feroz del planeta. La llegada de Mark Osegueda un par de años después forjaría el puñete Thrash de Death Angel con dosis recargadas de talento musical, traspasando los bríos juveniles en placas hoy fundamentales como ‘The Ultra-Violence’ (1987), ‘Frolic Through The Park’ y ‘Act III’ (1990). Una serie de hechos desafortunados y decisiones cruciales derivaron en un silencio de poco más de una década, primero la reunión en 2001 en un contexto de festival para ayudar al tratamiento de cáncer de Chuck Billy, y definiendo su concreción con el lanzamiento de ‘The Art of Dying’ (2004), el primero de una seguidilla de lanzamientos que le devolvería a Death Angel un sitial que jamás debió perder. Destaca, además de los sobrevivientes Osegueda y Cavestany, el aporte del guitarrista Ted Aguilar, de bajo perfil pero determinante en el sello incansable de la banda en los últimos 20 años.
Con una serie de seis LPs en un lapso de 20 años, cuesta creer que la única visita de los de San Francisco a Chile no pase de aquella noche de octubre de 2010 en un Caupolicán a un cuarto de su capacidad. ‘Humanicide’ (2019), su lanzamiento más reciente, tuvo que esperar poco más de dos años de pandemia para que su gira promocional llegará a Sudamérica, con Chile como estación obligatoria. No es para menos en una tierra fértil de devotos thrashers hasta el sudor, quienes respondieron a la convocatoria y prendieron de una con el anuncio de Exciter como invitado especial. El power trío canadiense, con el entrañable Dan Beehler a la cabeza, es sinónimo de speed metal desde el estómago y con los valores de la escuela de Judas Priest y Motörhead flameando como banderas de guerra.
En una jornada de tiro largo, el crossover de Dezaztre Natural arranca prácticamente sin preámbulos y apelando a lo más granado de un repertorio que se renueva este año en su próximo LP titulado ‘Violencia Perpetua’, del cual tanto el corte titular como ‘Unión’, ‘La Bandera de la Muerte’ y ‘Sobredosis’ caen como misilazos de Metal y Punk sin conjeturas. El horario, no obstante, fue el único pero para una convocatoria que tardó en responder en presencia. Y con todo eso, DZN hizo su tarea igual, nada menos viniendo de una agrupación que cultiva un Crossover Thrash empapado en Suicidal Tendencies y D.R.I. en su raíz. Dos cucharadas y a la papa, no hay otra forma de definir lo que es una banda que a nivel local se convirtió, y con poco más de una década de carrera, en referentes al momento de llevar su propuesta de la calle al escenario, literalmente.
Que Ryan Waste y Nick Poulos unieran fuerzas en un proyecto paralelo a Municipal Waste, es bienvenido por su resultado tanto en estudio como en vivo. BAT, complementado por Chris Charge en batería, es un combo de Heavy-Speed Metal a la antigua, a mil por hora y políticamente incorrecto. La herencia de Motörhead, Venom, Tank y Discharge, Metal y Punk a la usanza de 1982, echa fuego en un recinto a medio llenar aún, con ‘Ritual Fool’ y ‘Master of the Skies’. Y es cosa de ver la polera de Satan que viste Nick, un guitarrista con Flying V en mano que deja la vida en cada solo ejecutado como si se le fuera la vida en ello. No menor es el liderazgo que ejerce Ryan, poniéndose en los zapatos del eterno Lemmy Kilmister pero con identidad propia. En la base rítmica, la dupla con Chris Charge es notable, sobretodo si tienes un baterista que castiga su instrumento con golpes de salvajismo hasta la última gota de sudor.
Si bien llevan poco más de una década y con dos producciones en estudio, BAT profesa en vivo un amor por la vieja escuela como empapándose del sonido y la actitud de aquella época. ‘Wild Fever’, ‘Rite for Exorcism’, ‘Bloodhounds’ o la declaración de principios que es ‘Streetbanger’, hay un fanatismo expresado mediante una contundencia instrumental de calibre máximo. Nada de malabares ni parecidos, solo actitud de Rock N’ Roll con ropaje Heavy Metal, un homenaje a una era dorada, a la de los padres fundadores, cuando el metal era peligroso, literalmente. Debemos pensar y creer en que es posible un regreso próximo de BAT a nuestro país, porque en menos de 45′ lograron enganchar a un público ávido de Metal antiguo, desde la tripa.
La localía de Exciter en nuestro país es un hecho. Poco más de un año pasó de su visita anterior y, tras una intro con harto condimento, ‘Stand Up and Fight’ explota como dinamita en un Coliseo ya próximo a llenarse. Dan Beehler es el eterno capitán, dándole al doble pedal con la energía de sus veintes, como en los ’80s. Qué notable ver también a Allan Johnson, un bajista que no necesita hacer alarde para llevarse el peso y complementar sus virtudes con Beehler. Ni hablar de Daniel Dekay, un joven guitarrista que se nota lo que disfruta de tocar esta música sin límite de velocidad. Lo pasa bien y vibra con ello, igual que quienes después se apropian de ‘HEAVY… METAL MANIAC!!’, así, con puño en alto si eres headbanger hecho y derecho.
Poco que decir analizar ante una banda que no le debe explicaciones a nadie y se vale por un pasado fresco, donde no hay lugar para la nostalgia. ‘Iron Dogs’ y ‘Pounding Metal’ son prueba de aquello y nos refriegan en la cara el propósito de Exciter como una máquina de velocidad infernal. Y si hay que bajar las revoluciones, que sea para dejar caer todo el peso de un estilo sin delicadeza que valga. Cómo no admirar a Dan Beehler, un baterista -ese doble pedal! y cantante que parece decidido a tomar el mismo camino que Lemmy y retirarse de los escenarios solamente en un cajón de pino. Y cuando tienes un repertorio donde ‘Violence and Force’ y ‘Long Live the Loud’ están fijas en el directo, hay que responder a la altura de lo requerido. La centrífuga humana ya es un tornado gigante y con eso basta para entender porqué Exciter es un nombre obligatorio para quienes aman esta música rápida y filosa como un cuchillo rebanando gargantas. Cerrando los 60 minutos de show, una incendiaria ‘Iron Fist’ -sí, la de Motörhead-, con los chicos de BAT uniéndose al desmadre, abrocha otra paliza de metal veloz e invencible. Eso es Exciter, música apta solo para maníacos de violencia y fuerza metalera. Los mismos que, al igual que Beehler y sus compas de ruta, se levantan y luchan a diario para darle cara al mundo a puro metal.
Media hora de descanso, incluyendo la alerta con la omnipotente ‘Balls To The Wall’ de Accept, bastó para que el Coliseo repletara su capacidad y se desbordara con el patadón inicial de ‘Lord of Hate’. El primer bombazo de Death Angel en su retorno a Chile, una banda en su forma más óptima y determinada a dejar el aliento, como lo hace Mark Osegueda, un frontman de estirpe selecta. Casi pegada, la batería iracunda de Will Carroll dando el pase para ‘Voracius Souls’, del fundamental disco The Ultra-Violence. Eso es Death Angel en el tope de sus condiciones, desplegando en vivo toda su artillería de Thrash Metal a la vena y dejando en claro que su ferocidad sónica no es precisamente una metáfora.Igual que en la siguiente ‘Seemingly Endless Time’, y el moshpit se transforma en un campo de mortandad y locura. La voz de Mark, en su plenitud con la experiencia de los grandes, mientras las guitarras de Rob Cavestany y Ted Aguilar hacen lo suyo, con el primero soleando en favor del clímax melódico de la pieza, mientras que Aguilar, un riff-master consumado, ejerce su labor con la eficacia de un veterano de mil batallas y vivencias en la carretera.
Aspi como ‘Buried Alive’ y ‘I Came for Blood’ dan cuenta de un presente sin fisuras, la bienvenida a ‘3rd Floor’ es abrazada con la misma fogosidad que profesa Death Angel desde sus años formativos en los ’80s. De esos regalos para los fans de la vieja escuela del Thrash, y también para quienes en la última década se rindieron ante la bestialidad de su catálogo más reciente. Al menos en ese aspecto la tienen clara quienes adoptan como suyo ese himno llamado ‘The Dream Calls for Blood’, de la placa del mismo nombre (2013) y responsable de renovar el espíritu de devastación y locura en las generaciones más jóvenes. Y así como bajan las revoluciones en ‘The Moth’, también aprovechamos de apreciar las virtudes instrumentales de Death Angel, donde el talento compositivo e interpretativo va de la mano con las ganas de mandar todo a la cresta. Es mantenerse en forma, en todo sentido. Evitar la parodia y mantenerse relevante por méritos propios.
‘Humanicide’, ‘Absence of Light’ y ‘Aggressor’, una tras otra llegan como clásicos inmediatos. Poco y nada le interesa a Death Angel descansar en las sandías caladas de una década irrepetible, porque su objetivo está en el presente. No se explica de otra forma que Mark Osegueda, entre sus juegos con el público y sus exhibiciones vocales entre cada corte, proclame con autoridad merecida el amor que les impulsa a tocar música para quienes también la aman. Ni hablar de Rob Cavestany, quien en algún momento aprovecha su instante en solitario para ganarse con honores el título de referente en las seis cuerdas. En la vena de Kirk Hammett, la melodía en favor de expresar algo por sobre el lucimiento. Y mantener dichas virtudes intactas al punto de traspasarlas al estudio y al directo con la misma intensidad de ayer y hoy, es admirable cuando hay algo que decir.. y gritarle al resto.
Como un ataque relámpago, ‘Caster of Shame’, ‘Relentless Revolution’ y ‘Truce’ provocan lo que tienen que provocar. Death Angel no viene con intenciones dobles, Te la venden en vivo de la misma forma en que quienes aman esta música se juegan el pellejo en el pit-circle. Las dos últimas marcan un pasaje especial, porque son del álbum «Relentless Retribution» (2010), el disco que trajo a los californianos a nuestro país, hace casi 15 años. Ahora, en un escenario quizás no tan generoso como el Caupolicán pero abarrotado por thrashers duros, es posible incluso pensar en una próxima vez. Pero antes de sacar conclusiones, el medley entre ‘The Ultra-Violence’ y ‘Mistress of Pain’ debía rematar con cualquiera que esperara terminar ileso del desastre total. Y con ‘Throw to the Wolves’, no solamente cerramos la jornada con el Metal más salvaje y demencial, sino que resuenan las palabras de Mark Osegueda contra un sistema de mierda que nos obliga a ‘cumplir deberes’ en la escuela y el trabajo. El Thrash Metal es eso más allá de un género musical; la actitud de molestar al status quo y meterse la corrección política al bolsillo.
Pensemos en un próximo regreso de Death Angel a Chile, esta vez que no pasen otros 14 años. Mucho tiempo si hablamos de un nombre gravitante para los amantes de la ultra-violencia musical, la misma que nos motiva a avanzar en un mundo hostil, donde a veces la ausencia de luz nos transforma en almas voraces de metal sangriento. Si el ángel de la muerte clama por sangre en su revolución implacable, entonces la tarea está hecha.
Texto: Claudio Miranda
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